Pasos de un desadaptado que carga una joroba que carga a su vez historias de ciudad. De una ciudad que puede ser cualquiera y puede ser ninguna, porque una que carga un jorobado es una ciudad que no es ciudad.

28/7/10

Noche ahora

La realidad desaparece y solo quedan manchas de un recuerdo tan poco nítido que es casi imposible saberlo. En el water vomitos de una noche en la que hubieron gritos y bailes, vomitos color remolacha de un vino añejo. Si se retrocede un poco, unas horas, si se retrocede y se pone pausa, una pausa seguida, si se detiene ese momento y se mira, me veo rascándome la joroba y en la cama con alguien, una conocida tan conocida que mejor hubiera sido no conocerla. En pausa todo se ve claro, su pelo, su piel blanca y una agitación salvaje, un ritmo peculiar y placentero. Me veo arriba de ella, que se mueve, que me muevo. Ya puse play y la realidad se me presenta un tanto ambigua. Empiezo a recordar, destellos de momentos, primero con ella, despúes con otra, despues el vino en el water y manchas en el piso. Me empiezo acordar y me acuerdo de ella. Me acuerdo poco pero me acuerdo de sus besos, quizás menos suaves que con la otra. Pienso que debería existir una pastilla para borrar o presentar en bandeja los recuerdos.

26/7/10

Tarde

Sus manos se abrieron y sus ojos se cerraron, arriba de la línea más gruesa de su mano estaba escrita el título de una canción. La busqué y me sentí identificado, pero era tarde para echarla atrás y escucharla denuevo.

25/7/10

Un dulce fresco

Ese día mi carne flácida, celulítica y blanca, se desprendió de mis débiles huesos que soportaban una joroba demasiado pesada, y se aliviaron, por primera vez mis huesos se sintieron libres. Mi carne se desvaneció y se convertió en aire, y yo y el aire eramos uno. No existía carne, ni hueso, ni flacides, ni joroba, nada duro y molesto, solo libertad, energía, sentía cómo mis pulmones se abrían, se exponían al frescor de la noche, y se sentían dulces, pulmones dulces y frios. Mi cuerpo se transformó en aire y me ví desde afuera respirando y sintíendome libre, me vi desde afuera con los brazos ridículamente abiertos, una danza casi grotesca en la que me movía de un lado a otro y me daba vueltas como un trompo. Desde afuera me veía tan ridículo que daba pena, pero desde adentro era solo aire, un placentero aire, un aire que era todo yo, y viajaba por el espacio con dominio absoluto. Supe ese día que en la ciudad no se puede volar, supe ese día que la joroba puede desaparecer, aunque sea con un ácido que se absorvió timidamente como dulce en mi boca.

22/7/10

Me gusta ir bien vestido

Miré la escena tan rápido como pude para evitar un vomito ácido que pudiese deformar más aún mis dientes. Miré por la ventana a ese hombre, su espalda se veía ridículamente estructurada con una chaqueta gris, sus hombros parecían dos montañas puntiagudas que se elevaban casi hasta sus orejas. Su pelo parecía recién lamido, escupido y relamido mil veces seguidas. Miraba su diario, despúes su reloj, despúes su café, como un rito sexual que saciaba sus impulsos y lo controlaba, miraba su reloj pero no esperaba a nadie. Lo supe porque estuvo así una hora entera, sus ojos miraban el papel, pero sus ojos no cambiaban, su boca no cambiaba, solo cambiaba su postura al ver el reloj, por solo segundos, y se reincorporaba. Lo que leía no producía ningún cambio en él, ni una arruga en su chaqueta, ni un movimiento involuntario, nisiquiera un tic. Pensé en que ese hombre era un robot, pero los robots no existían en esa ciudad tan alejada de los avances. Decidí entrar y comprobarlo, entrar y ver si sus ojos se agrandaban, si sus pupilas se dilataban al verme, a mi y mi joroba, o a mi y mis dientes. Cuando pasé frente a sus ojos quedé totalmente sorprendido: miró su reloj y siguió leyendo, luego hizo un gesto y el mozo fue corriendo con la cuenta. Se levantó, arregló su chaqueta, tiró su pelo hacia atrás y miró mis zapatos, zapatos cafés de cuero iguales a los suyos. Se fue caminando tranquilo.

La manzana

Cuando el verdulero me regaló una manzana entendí lo que era sentir pena ajena. Sus ojos, rodeados de una masa demasiado quebrajada para sus cuarenta años, miraban mi cuerpo como si fuese una mosca a punto de estrellarse contra una pared, y explotar, una mosca idiota, por tener muchos ojos ineptos incapacez de predecir y evitar objetos peligrosos. Me miraba como si fuese una mosca con el destino fatal ya resuelto, como si mi vida no tuviera otro final si no el del fracaso. Me reí para no sentirme mosca, pero al reirme mis dientes deformes desencadenaron aún más pena en el verdulero, que me miró con mayor entusiasmo. Entonces agarró una manzana de su puesto y me la regaló. No pude decir gracias, había entendido recién su mirada. La joroba y los dientes me habían convertido en una mosca, y mi choque contra un ventanal era predecible. Miré al verdulero y miré su manzana, miré su masa quebrajada y le dije que parecía un viejo, tonto y horrible. Fue ahí cuando mi mamá me tiró de la mano, me dijo maleducado, me pegó en mi oreja enorme, y me hizo sentir la humillación por primera vez.

21/7/10

La salida

Cuando las estriosas piernas de mi mamá se abrieron, cuando se abrieron como una tenaza, cuando se abrieron como una tenaza obesa y poco aceitada, el doctor, Roberto el doctor, pudo verme por primera vez. Mi cabeza algo deforme por su angostura se contorneó como si hubiese tenido un orgasmo, como si ahí, entre mis dos orejas enormes y sobre mi nariz, se hubiese levantado un clítoris hinchado y bien trabajado. Mi cabeza delgada se movió de un lado a otro, de izquierda a derecha, como un gusano sediento de tierra, gozando del aire que era demasiado frio para ser de verano. Pero no era goce, era dolor, un dolor insoportable y agudo provocado por la helada ventisca que entró y me congeló. La enfermera, totalmente inconciente y poco útil (además de bigotuda), había dejado junta la ventana que separaba un buen nacimiento de uno traumático. Mi angosta y pelada cabeza, helada y tiritona, fue testigo presencial de la ineficiencia y infelicidad que se puede vivir en la ciudad. Mi mamá mientras tanto chillaba y sangraba. Esa fue mi bienvenida.